Lovely Bloggers
Participantes
y textos de la convocatoria de verano,
julio y agosto: “Un verano de fotografía”.
RodrigoFúster/ Gustab/ Campirela/
Nuria de Espinosa/ Cecy/ Auroratris/
María/ Lunaroja/ Cora/ Chema/
Dulce/ Lady_P/ Marifelita/ Dakota/
AlmaLeonor_LP/ Patricia/ Tracy/
Ginebra Blonde.
martes, 3 de septiembre de 2024
Escapada de verano
viernes, 30 de agosto de 2024
Un verano de fotografía
(Autora: ©Tracy)
domingo, 25 de agosto de 2024
Caracolas en la arena
(Autora:
©Patricia)
Caracolas en la arena que conducen mi
destino,
bellas piedras en el camino que me
hacen despertar.
Caracolas en la arena que me guían
hacia el mar,
donde encontraré la calma, donde
encontraré a mi amor,
donde descansará mi alma, donde
brillará mi sol.
Huella tras huella voy contando mis
heridas,
al caminar por esta vida de agonía
que ya quisiera dejar.
Caracolas en la arena que me llevan
más allá,
hacia el faro que, a lo lejos, el
refugio me dará.
Con cada paso, el viento susurra
antiguos secretos,
historias de navegantes que buscaron
allí la paz.
Las olas cantan una suave melodía,
envolviéndome pacientes
Para aplacar mi ira.
El faro, testigo majestuoso en el
horizonte,
una torre de luz que promete guiarme
a un nuevo amanecer.
Pero, en su brillo distante, también
veo mis sombras,
mis miedos y mis dudas, que se
aferran a mi piel.
Pero no estoy solo en este viaje, lo
sé.
Las caracolas me susurran, la
esperanza siempre cerca,
escondida en la costa, en los
destellos del mar.
Y aunque el camino sea largo, cada
huella en la arena,
cada cicatriz en mi alma, me lleva un
poco más cerca
del lugar donde mi espíritu
finalmente podrá descansar.
©Patricia
(Poema perteneciente a la propuesta de Variétés: “Un verano de fotografía”)
jueves, 22 de agosto de 2024
Fotografía en ocre
(Autora: ©AlmaLeonor_LP)
Línea de fuego, reflejos dorados, sombras de luna, mar en
calma, piel de almendra, cuerpo del deseo, inspiración de estío, agua vibrante,
cabello azabache, gozo súbito, broche de oro a mi verano imaginado… Fotografía
en ocre. Sí, este es el mejor.
Sentado en la antesala de aquel moderno despacho, frente a
esa imagen de tres por dos metros, cientos de posibles títulos para una novela
erótica se me pasaban por la cabeza. Creo que me estaba enamorando de ese
cuerpo en penumbra surgiendo sirénido de las profundidades de un océano ocre.
Ojalá hubiese conocido a esa mujer antes de terminar mi manuscrito. O su
cuerpo. O su fotografía. Es inspiradora. No dejo de imaginarla en mis brazos al
salir del agua, cubriendo sus hombros con una toalla blanca, dejando que su
humedad se quede impregnada en mi ropa, abrasándome en su calidez desde cada
poro de contacto. Si cierro los ojos hasta puedo sentir su aroma a salitre y
juventud. Veo su boca acercarse a la mía y como la recorre luego con su lengua.
Sabor a sal, humedad latente, calor tórrido, brazos de ola, caricia dorada,
espuma de deseo.
Creo que acabaré marchándome de aquí si no me reciben pronto.
Esa imagen me perturba y me sugestiona, no puedo dejar de mirarla y…
escucharla. Sé que me llama, sé que me desea como yo a ella, sé que intenta
enloquecerme con su brisa y con una risa que imagino lumínica, competencia
desleal de un sol que no puede ni parecerse a su vivificante ensueño.
Pienso ahora que el libro que tengo entre las manos parece
basura a su lado, no le llega a la suela de los zapatos ni a ella ni a su
fotografía. Ese cuerpo describe más erótica que todo lo que yo llevo narrado
hasta ahora, y eso que soy el que más publica de la editorial. Esta es mi obra
definitiva, o eso pensaba. Un arduo trabajo entre novela y ensayo sobre el
placer femenino y el deseo masculino. Un hombre y una mujer entregándose a los
más insospechados juegos eróticos, una semana de desenfreno y lujuria sin otro
cometido que practicar sexo y experimentar lubricaciones en todos los puntos de
su piel. Un éxtasis celestial, el principio y el final de la existencia,
desfallecer de placer, fundirse en efluvios sexuales sin fin. El infinito
universo descrito en el lenguaje del sexo.
Sí, era mi obra definitiva. Ha bastado su cuerpo representado
en una fotografía en ocre para echar por tierra todos mis años de escritor de
novela erótica de éxito. Ya no sé qué hago aquí. Solo necesitaba una entrevista
con la fotógrafa de moda en la ciudad para acordar una portada para mi obra.
Ahora veo que la portada me ha encontrado a mí y está desterrando de mí ser
toda mi experiencia practicando sexo, todo lo que yo sabía o imaginaba sobre el
placer sexual. La deseo. Deseo a la mujer-imagen, a la imagen-mujer. Deseo su
cuerpo dorado con una fuerza irrefrenable. Necesito tenerlo, amarlo, recorrerlo
con mis manos y mi boca, poseerlo, hacerlo vibrar con mi miembro erecto.
Cumpliendo el máximo exponente del sexo, desfallezco de deseo por ella.
No puedo seguir aquí. Tengo que novelarla, darle vida. Solo
así podré hacerla mía.
*
QUIERO EL DIVORCIO
Él era veinte años mayor que ella. Se conocieron en la
Facultad de Derecho, Mariola era estudiante de primer curso y Rafael el típico
profesor resultón, casado y mujeriego, que no dejaba pasar ni una oportunidad
de magrearse con las jóvenes alumnas que pululaban a su alrededor como moscas.
No era el único que lo hacía en la facultad, pero sí el de mayor éxito en
aquellos años. Se fijó enseguida en Mariola. Su madura inteligencia, elegante
belleza y esa cadenciosa manera de hablar le cautivaron. Ella no se le resistió
ni un trimestre. Él no se le resistió ni un curso. Al empezar el segundo ya
eran amantes oficiales. Para cuando llegó el Master Rafael se estaba
divorciando y antes de la lectura de su tesis se habían casado.
Él nunca dejó de mariposear alrededor de alumnas, becarias,
ayudantes, colaboradoras, colegas, camareras de hotel y hasta profesionales.
Ella siempre fue consciente de todas sus veleidades sexuales, escarceos e
infidelidades. Mariola sabía cómo era Rafael. Lo supo desde el principio, por eso
se matriculó en esa carrera y no en otra, por eso se fijó en él y no en otro y
por eso apostó su vida futura a una sola carta. Era el as de bastos, pero era
un as, lo que estaba buscando, y lo manejó hasta conseguirlo, aunque Rafael
presumiera ante todos de que ella fue un triunfo suyo. Siempre pensó con la
bragueta abierta y la cartera cerrada, era tan ignorante que ni se daba cuenta
de que tanto sus dos esposas como sus muchas amantes, aprendieron rápidamente
como invertir esa ecuación.
Mariola se preguntaba a menudo si esa planificada vida que escogió tan temprano fue la más acertada. Pudo haberse casado con Fernando, el amor de su vida, un compañero de clase y luego abogado en el prestigioso bufete de Rafael, a quien rompió el corazón. Mantuvieron una relación clandestina varios años, pero nunca le dio una oportunidad y le abandonó antes de la boda. Rafael le hizo firmar un documento: ni hijos ni amantes. Lo primero, porque ya tenía tres con su primera mujer y que fuesen los únicos herederos había sido una condición del divorcio. Lo segundo, por la extrema e insana ambición de poseer algo que los demás no podrían tener.
Ella quería el éxito social y económico que le proporcionaría
Rafael, formar parte de su buena y posicionada familia, disfrutar de su
estatus, sus contactos y su dinero. Si el precio a pagar eran sus escarceos
amorosos con cualquiera, estaba dispuesta a pagarlo. Aprendió a soltar cuerda y
no decir nada cuando llegaba a casa oliendo a perfume femenino, con manchas de
carmín en la camisa, con una factura de hotel en los pantalones, con una joya
menor en el bolsillo de la chaqueta y hasta con una venérea que le mantuvo en
tratamiento durante meses. Pero, al mismo tiempo, apretaba el correaje antes de
que esos devaneos llegasen a ser una complicación para su matrimonio: se
mantuvo joven y atractiva incluso sometiéndose a operaciones de alto riesgo, se
enfrentó con amenazas y sobornos a las más ambiciosas de sus amantes, se dejaba
seducir por los colegas de Rafael hasta hacerle rabiar de celos y le ofrecía
sesiones de sexo que no podría encontrar en otras mujeres, sesiones que
incluían juguetes eróticos, el consumo de estupefacientes, prácticas extremas
al límite y tríos con scorts. Pero él seguía buscando fuera del matrimonio algo
que ella nunca llegó a entender.
Rafael tenía un interés tóxico por las mujeres, lo suyo era
más que sexo. Flirtear y sobetearlas, perseguirlas y seducirlas, obligarlas a
rendirse a sus supuestos encantos, llevárselas a la cama finalmente, suponía
para él una droga a la que no sabía ni quería renunciar. Pero también era
consciente de que poseía a la mejor, Mariola era muy buena en la cama. Además,
era sumamente inteligente, en ocasiones le ayudaba a tomar decisiones, sabía
manejar situaciones complicadas y encandilaba a los hombres con los que se
relacionaba en sus negocios. Rafael supo sacar rédito empresarial de todo ello,
la mostraba en público como su mayor inversión en marketing, su posesión más
preciada. Para evitar perderla por sus propios errores, también la obligó a
firmar una renuncia a cualquier reclamación económica en caso de que fuese ella
quien solicitara separarse.
Mariola lo soportaba todo solo por seguir con su planeada y
bien posicionada vida. Una vida que llegó a asquearla hasta volverse insoportable.
Y entonces empezaron las discusiones, las sospechas, los recelos y los
escrúpulos, reproches que Rafael transformaba en insultos, humillaciones,
menosprecio, desdén y violencia soterrada en caprichos sexuales que le pasaron
una importante factura física. La más reciente visita al hospital fue el
detonante: impuso límites en el sexo con su marido y dejó el tabaco, el
alcohol, las pastillas y las operaciones de estética.
Sus apariciones en público, que siempre fueron sesiones
planificadas para crecer en sus contactos y negocios, se habían ido reduciendo
paulatinamente y Rafael ya no lograba llegar al final de las relaciones
sexuales ni con pastillas ni con sesiones de porno ni con tríos pactados.
Hacían una vida de casados de cara a la galería. Lo suyo no era un matrimonio,
no se conocían, no hablaban, no disfrutaban juntos con nada. Sin la complicidad
propia de una pareja, sin hijos, sin sexo, sin drogas ni medicamentos y sin
esperar ya nada de esa supuestamente regalada vida, Mariola había llegado al
límite de su resistencia.
Pasaban el verano en su chalet de Marbella, como habían hecho
siempre. Allí, Mariola celebraba su cumpleaños. La última fiesta, la de sus
cincuenta y cinco, fue todo un éxito social, hasta su marido se permitió
perseguir a una invitada. A la mañana siguiente, tomando el sol en la playa,
sentada al lado de un envejecido Rafael, se preguntaba si debía seguir
soportando todo aquello. A esas alturas de su vida estaba muy cansada y solo
sentía repugnancia por el hombre que ocupaba una silla playera a su lado.
Rafael seguía absorto en los desnudos a color de su revista,
babeando cada vez que se le cruzaba una chica en topless y le miraba
insinuante, quizá rastreando, persiguiendo el mismo sueño, la misma auto-trampa
en la que ella cayó hacía ya mucho tiempo. Entonces, se volvió hacia él y con
la tranquilidad que otorgan las decisiones muy meditadas, le sujetó por la
muñeca y se lo dijo.
—Quiero el divorcio.
(Relatos pertenecientes a la propuesta de Variétés: “Un verano de fotografía”)
viernes, 16 de agosto de 2024
Un verano de fotografía
(Autora:
©Dakota)
Algo en mi interior me
decía que no, pero haciendo caso omiso me dejé caer por aquél precipicio.
Me sumergí en el
abismo de mi oscuridad, nadaba buscando una salida sin obtener resultado, solo
encontraba miedo, un estado de angustia permanente.
A lo lejos escuchaba
una voz: -no te vayas, quédate conmigo.
Y seguía nadando,
hasta que aprecié una luz, me dirigí a ella, al otro lado alguien me tendió su
mano y de repente desperté, en la orilla de aquella cala, frente a él, un ángel
que me salvó de mis tinieblas, que me dio una ocasión para comenzar de cero.
La oportunidad de vivir.
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “Un verano de fotografía”)
lunes, 5 de agosto de 2024
Serendipia
(Autora:
©Marifelita)
Una tarde al salir del trabajo me fijé que habían abierto una cafetería llamada Serendipia. El nombre me encantó, era una palabra bonita, me sonaba muy bien, aunque no tenía ni idea de su significado. La busqué y enseguida las recordé a ellas.
Por entonces trabajaba en una agencia de viajes y tuve la suerte que en un sorteo me tocó un crucero. Aunque tendría que compartir habitación con otra agente de viajes desconocida para mí, no le di más vueltas y decidí apuntarme.
La noche anterior al embarque casi no dormí de lo nerviosa que estaba, quizá me había precipitado y no sería buena idea viajar sola. Al día siguiente al embarcar, subí las escaleras que me llevarían a mi camarote y volví a sentirme muy inquieta. ¿Quién me esperaría en la habitación que compartiría conmigo durante una larga semana? Y al abrir la puerta y descubrir a una simpática joven que me recibió con un meloso y caribeño “¡Qué bueno que viniste!” supe que había sido una buena elección.
Paseamos por las cubiertas para familiarizarnos con el barco y no paramos de hablar, incluso mientras realizaban el simulacro de emergencia, muy típico y obligatorio en los cruceros. Fuimos al camarote, nos arreglamos para cenar y cuando ya estábamos en el restaurante vimos que mucha gente o ya se conocían de antes, o bien ya se habían agrupado según habían coincidido durante el día. Nosotras dos no conocíamos a nadie más allí, por lo que nos dirigimos a la única mesa que encontramos vacía y que no estaba reservada para nadie. Era una mesa larga, como para diez personas, y pensamos que ya se iría llenando y conoceríamos esa noche a más compañeras de profesión.
Al rato se acercó una chica vasca, muy menuda y risueña. Nos preguntó si podía sentarse en nuestra mesa y la recibimos encantada. Por lo visto no había coincidido con ningún colega de su misma cadena de agencias. Un poco más tarde, se acercaron una pareja de chicas que por su simpatía y acento distinguimos que venían de las Canarias, y también preguntaron si podían sentarse con nosotras. Por lo visto venían con más gente de su empresa, pero ya se habían sentado en otras mesas. Eran muy agradables y habladoras por lo que las acogimos en nuestra mesa encantadas. Cuando ya habían empezado los camareros a presentarse y a preguntarnos qué nos apetecía beber, ya estábamos todas hablando unas con otras como si nos conociéramos de toda la vida. Al servirnos las bebidas y entregarnos las cartas para la cena, se presentó, cual diva en un evento, la última de ellas, preguntándonos si le hacíamos un hueco en nuestra mesa. Estábamos cerca de la puerta y le pareció que llegaba ya muy tarde. Con aquella entrada triunfal no le pudimos decir que no.
Esa noche nos lo pasamos genial, nos reímos muchísimo, y ya no nos separamos en toda la semana. Fuimos juntas a desayunar, comer y cenar todos los días. Desembarcábamos juntas en cada puerto y durante las excursiones hacíamos miles de fotos, a cual más traviesa y gamberra, como verdaderas quinceañeras.
Todas compartimos muchas cosas en ese viaje. Parece mentira lo bien que nos entendimos desde el primer día, y siendo tan distintas como éramos unas de las otras, la de cosas que teníamos en común y lo a gusto que estábamos todas juntas.
Llegó el triste día del desembarque y la despedida, intercambiando tarjetas de visitas con nuestros teléfonos y direcciones, convencidas todas que había sido una experiencia genial, irrepetible y que no daría más de sí, una vez cada una volviera a su casa y de nuevo a su rutina.
Quiso la casualidad, las redes sociales o simplemente las ganas de no perder el contacto, que creáramos un chat llamado “Marineras” para saber las unas de las otras. Tras un año y medio de nuestro primer encuentro en el crucero, volvimos a reencontrarnos y abrazarnos con la misma fuerza que el último día que nos vimos. Y así llevamos viéndonos una vez cada año desde hace ya una década.
Ese viaje fue para mí
una de las casualidades más bonitas de mi vida. Y más que Serendipia, me
atrevería a decir que incluso fue pura magia.
"SERENDIPIA: Hallazgo valioso que se produce de manera casual o accidental".
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “Un verano de fotografía”)