(Autora: ©AlmaLeonor_LP)
Línea de fuego, reflejos dorados, sombras de luna, mar en
calma, piel de almendra, cuerpo del deseo, inspiración de estío, agua vibrante,
cabello azabache, gozo súbito, broche de oro a mi verano imaginado… Fotografía
en ocre. Sí, este es el mejor.
Sentado en la antesala de aquel moderno despacho, frente a
esa imagen de tres por dos metros, cientos de posibles títulos para una novela
erótica se me pasaban por la cabeza. Creo que me estaba enamorando de ese
cuerpo en penumbra surgiendo sirénido de las profundidades de un océano ocre.
Ojalá hubiese conocido a esa mujer antes de terminar mi manuscrito. O su
cuerpo. O su fotografía. Es inspiradora. No dejo de imaginarla en mis brazos al
salir del agua, cubriendo sus hombros con una toalla blanca, dejando que su
humedad se quede impregnada en mi ropa, abrasándome en su calidez desde cada
poro de contacto. Si cierro los ojos hasta puedo sentir su aroma a salitre y
juventud. Veo su boca acercarse a la mía y como la recorre luego con su lengua.
Sabor a sal, humedad latente, calor tórrido, brazos de ola, caricia dorada,
espuma de deseo.
Creo que acabaré marchándome de aquí si no me reciben pronto.
Esa imagen me perturba y me sugestiona, no puedo dejar de mirarla y…
escucharla. Sé que me llama, sé que me desea como yo a ella, sé que intenta
enloquecerme con su brisa y con una risa que imagino lumínica, competencia
desleal de un sol que no puede ni parecerse a su vivificante ensueño.
Pienso ahora que el libro que tengo entre las manos parece
basura a su lado, no le llega a la suela de los zapatos ni a ella ni a su
fotografía. Ese cuerpo describe más erótica que todo lo que yo llevo narrado
hasta ahora, y eso que soy el que más publica de la editorial. Esta es mi obra
definitiva, o eso pensaba. Un arduo trabajo entre novela y ensayo sobre el
placer femenino y el deseo masculino. Un hombre y una mujer entregándose a los
más insospechados juegos eróticos, una semana de desenfreno y lujuria sin otro
cometido que practicar sexo y experimentar lubricaciones en todos los puntos de
su piel. Un éxtasis celestial, el principio y el final de la existencia,
desfallecer de placer, fundirse en efluvios sexuales sin fin. El infinito
universo descrito en el lenguaje del sexo.
Sí, era mi obra definitiva. Ha bastado su cuerpo representado
en una fotografía en ocre para echar por tierra todos mis años de escritor de
novela erótica de éxito. Ya no sé qué hago aquí. Solo necesitaba una entrevista
con la fotógrafa de moda en la ciudad para acordar una portada para mi obra.
Ahora veo que la portada me ha encontrado a mí y está desterrando de mí ser
toda mi experiencia practicando sexo, todo lo que yo sabía o imaginaba sobre el
placer sexual. La deseo. Deseo a la mujer-imagen, a la imagen-mujer. Deseo su
cuerpo dorado con una fuerza irrefrenable. Necesito tenerlo, amarlo, recorrerlo
con mis manos y mi boca, poseerlo, hacerlo vibrar con mi miembro erecto.
Cumpliendo el máximo exponente del sexo, desfallezco de deseo por ella.
No puedo seguir aquí. Tengo que novelarla, darle vida. Solo
así podré hacerla mía.
*
QUIERO EL DIVORCIO
Él era veinte años mayor que ella. Se conocieron en la
Facultad de Derecho, Mariola era estudiante de primer curso y Rafael el típico
profesor resultón, casado y mujeriego, que no dejaba pasar ni una oportunidad
de magrearse con las jóvenes alumnas que pululaban a su alrededor como moscas.
No era el único que lo hacía en la facultad, pero sí el de mayor éxito en
aquellos años. Se fijó enseguida en Mariola. Su madura inteligencia, elegante
belleza y esa cadenciosa manera de hablar le cautivaron. Ella no se le resistió
ni un trimestre. Él no se le resistió ni un curso. Al empezar el segundo ya
eran amantes oficiales. Para cuando llegó el Master Rafael se estaba
divorciando y antes de la lectura de su tesis se habían casado.
Él nunca dejó de mariposear alrededor de alumnas, becarias,
ayudantes, colaboradoras, colegas, camareras de hotel y hasta profesionales.
Ella siempre fue consciente de todas sus veleidades sexuales, escarceos e
infidelidades. Mariola sabía cómo era Rafael. Lo supo desde el principio, por eso
se matriculó en esa carrera y no en otra, por eso se fijó en él y no en otro y
por eso apostó su vida futura a una sola carta. Era el as de bastos, pero era
un as, lo que estaba buscando, y lo manejó hasta conseguirlo, aunque Rafael
presumiera ante todos de que ella fue un triunfo suyo. Siempre pensó con la
bragueta abierta y la cartera cerrada, era tan ignorante que ni se daba cuenta
de que tanto sus dos esposas como sus muchas amantes, aprendieron rápidamente
como invertir esa ecuación.
Mariola se preguntaba a menudo si esa planificada vida que escogió tan temprano fue la más acertada. Pudo haberse casado con Fernando, el amor de su vida, un compañero de clase y luego abogado en el prestigioso bufete de Rafael, a quien rompió el corazón. Mantuvieron una relación clandestina varios años, pero nunca le dio una oportunidad y le abandonó antes de la boda. Rafael le hizo firmar un documento: ni hijos ni amantes. Lo primero, porque ya tenía tres con su primera mujer y que fuesen los únicos herederos había sido una condición del divorcio. Lo segundo, por la extrema e insana ambición de poseer algo que los demás no podrían tener.
Ella quería el éxito social y económico que le proporcionaría
Rafael, formar parte de su buena y posicionada familia, disfrutar de su
estatus, sus contactos y su dinero. Si el precio a pagar eran sus escarceos
amorosos con cualquiera, estaba dispuesta a pagarlo. Aprendió a soltar cuerda y
no decir nada cuando llegaba a casa oliendo a perfume femenino, con manchas de
carmín en la camisa, con una factura de hotel en los pantalones, con una joya
menor en el bolsillo de la chaqueta y hasta con una venérea que le mantuvo en
tratamiento durante meses. Pero, al mismo tiempo, apretaba el correaje antes de
que esos devaneos llegasen a ser una complicación para su matrimonio: se
mantuvo joven y atractiva incluso sometiéndose a operaciones de alto riesgo, se
enfrentó con amenazas y sobornos a las más ambiciosas de sus amantes, se dejaba
seducir por los colegas de Rafael hasta hacerle rabiar de celos y le ofrecía
sesiones de sexo que no podría encontrar en otras mujeres, sesiones que
incluían juguetes eróticos, el consumo de estupefacientes, prácticas extremas
al límite y tríos con scorts. Pero él seguía buscando fuera del matrimonio algo
que ella nunca llegó a entender.
Rafael tenía un interés tóxico por las mujeres, lo suyo era
más que sexo. Flirtear y sobetearlas, perseguirlas y seducirlas, obligarlas a
rendirse a sus supuestos encantos, llevárselas a la cama finalmente, suponía
para él una droga a la que no sabía ni quería renunciar. Pero también era
consciente de que poseía a la mejor, Mariola era muy buena en la cama. Además,
era sumamente inteligente, en ocasiones le ayudaba a tomar decisiones, sabía
manejar situaciones complicadas y encandilaba a los hombres con los que se
relacionaba en sus negocios. Rafael supo sacar rédito empresarial de todo ello,
la mostraba en público como su mayor inversión en marketing, su posesión más
preciada. Para evitar perderla por sus propios errores, también la obligó a
firmar una renuncia a cualquier reclamación económica en caso de que fuese ella
quien solicitara separarse.
Mariola lo soportaba todo solo por seguir con su planeada y
bien posicionada vida. Una vida que llegó a asquearla hasta volverse insoportable.
Y entonces empezaron las discusiones, las sospechas, los recelos y los
escrúpulos, reproches que Rafael transformaba en insultos, humillaciones,
menosprecio, desdén y violencia soterrada en caprichos sexuales que le pasaron
una importante factura física. La más reciente visita al hospital fue el
detonante: impuso límites en el sexo con su marido y dejó el tabaco, el
alcohol, las pastillas y las operaciones de estética.
Sus apariciones en público, que siempre fueron sesiones
planificadas para crecer en sus contactos y negocios, se habían ido reduciendo
paulatinamente y Rafael ya no lograba llegar al final de las relaciones
sexuales ni con pastillas ni con sesiones de porno ni con tríos pactados.
Hacían una vida de casados de cara a la galería. Lo suyo no era un matrimonio,
no se conocían, no hablaban, no disfrutaban juntos con nada. Sin la complicidad
propia de una pareja, sin hijos, sin sexo, sin drogas ni medicamentos y sin
esperar ya nada de esa supuestamente regalada vida, Mariola había llegado al
límite de su resistencia.
Pasaban el verano en su chalet de Marbella, como habían hecho
siempre. Allí, Mariola celebraba su cumpleaños. La última fiesta, la de sus
cincuenta y cinco, fue todo un éxito social, hasta su marido se permitió
perseguir a una invitada. A la mañana siguiente, tomando el sol en la playa,
sentada al lado de un envejecido Rafael, se preguntaba si debía seguir
soportando todo aquello. A esas alturas de su vida estaba muy cansada y solo
sentía repugnancia por el hombre que ocupaba una silla playera a su lado.
Rafael seguía absorto en los desnudos a color de su revista,
babeando cada vez que se le cruzaba una chica en topless y le miraba
insinuante, quizá rastreando, persiguiendo el mismo sueño, la misma auto-trampa
en la que ella cayó hacía ya mucho tiempo. Entonces, se volvió hacia él y con
la tranquilidad que otorgan las decisiones muy meditadas, le sujetó por la
muñeca y se lo dijo.
—Quiero el divorcio.
(Relatos pertenecientes a la propuesta de Variétés: “Un verano de fotografía”)
¡Hola! Gracias por la publicación. Me encanta la fotografía que has escogido para la cabecera :D
ResponderEliminarSaludos.
AlmaLeonor_LP
Gracias a ti por acompañarnos.
EliminarUn placer que te guste 🙏
Abrazo grande, y feliz septiembre 💙
Muy buenos los textos, los dos narran de diferentes modos de como el sexo marca de alguna manera nuestras vidas.
ResponderEliminarUna novela y una relación que desde principio se sabe que no va a terminar bien, pero hay algo que les une, el sexo y ella el dinero. Al final todo cansa y se debe elegir un modo operante más adecuado a las circunstancias. Genial.
Un beso.
Tardó en pedir el divorcio. Es lo que se me ocurre del segundo relato, aunque ella sabía a lo que se exponía , tardó en ver qué platillo de la balanza pesaba más.
ResponderEliminarPor el contrario ella protagonista del primer relato fue raudo en ver qué lo que había escrito no tenía ningún valor, comparado con las sugerencias que le estaba proporcionando la fotografía de la sala de espera, a la que había ido a elegir la imagen de su recién acabado libro.
Hizo bien en marcharse y volver a empezar.
Dos relatos apasionantes!
ResponderEliminarUn abrazo.