(Eostre Goddess Ostara With The Hare By Babykissangel)
(Autora: ©Dafne Sinedie)
En mi casa siempre se
ha vivido la Semana Santa como uno de los eventos más importantes del año junto
con la Navidad.
Entre misas y
procesiones, mis padres me enseñaron a reflexionar sobre el sufrimiento y el
sacrificio; sobre cómo el dolor se transformaba en esperanza, guiada por la luz
de la Resurrección y el amor eterno. De pequeña me impactaba sobremanera la
imagen de los nazarenos con sus hábitos de colores y sus puntiagudos capirotes.
El estruendo de los tambores retumbaba en todo mi cuerpo y el olor a incienso
me embriagaba. Como es de esperar, lo que más me gustaba de aquella semana era
la comida: las torrijas de mi abuela, espolvoreadas con azúcar y canela, y los
huevos de Pascua que mis tíos escondían por toda la casa para que mis primos y
yo jugásemos a encontrarlos.
Cuando estudié la
catequesis para comulgar, me di cuenta de que la religión no era mi camino, y
cuando mis padres me propusieron confirmarme, me negué en rotundo.
—¿Por qué, Ostara? ¿Ya
no crees en Dios?
—No sé si creo o no en
Dios. Pero en lo que no creo es en una institución que rechaza a las personas
como yo.
—¿A qué te refieres,
cariño? —me preguntó mi madre, preocupada.
—Soy lesbiana —dije
atropelladamente.
Mis padres se
intercambiaron esa mirada.
—¿Y qué más da lo que
digan unos viejos carcamales de la Iglesia? ¡Dios nos acepta y nos quiere tal y
como somos! Y, por supuesto, nosotros también te queremos.
En ese momento rompí a
llorar, aliviada de que no me rechazasen, pero consciente de que mi confesión
había marcado un antes y un después. No volví a ir a misa, por ejemplo. También
empecé a celebrar las festividades motivada con pasar tiempo con mi familia, en
vez de dejarme llevar por un sentimiento religioso. Y, desde que empecé a
trabajar, no marqué ni un solo año la casilla de la Iglesia en la declaración
de la Renta.
Por supuesto, la
pregunta del millón seguía corroyéndome: «¿Crees en Dios?» No supe dar una
respuesta hasta que la conocí a ella.
***
Judit me ató de cara a
la cruz; las correas apretaron mis muñecas y mis tobillos sin piedad, dejándome
totalmente expuesta a ella. «La cruz nos recuerda el sacrificio supremo por
amor.»
Vestida con un hábito
negro y un capirote, Judit alcanzó la disciplina, haciendo latiguear sus siete
colas en el aire, como un aviso.
—¿Estás preparada,
Devota?
—Siempre.
El cuero impactó en mi
espalda y en mi culo una y otra vez, hasta que los gemidos se convirtieron en
gritos, las lágrimas rebosaron mis ojos y el color de mi piel se tornó tan rojo
como el de la manzana del Pecado.
—Estás recibiendo tu
castigo muy bien, Devota.
Judit me acarició la
piel mortificada con la punta de los dedos, y me tensé como la cuerda de una
guitarra cuando los pasó por mi sexo mojado. Mi clítoris palpitaba con furia
por la cuaresma a la que le había sometido.
—Tendrás que esperar
un poco más, Devota... —me susurró al oído antes de apartarse de nuevo.
Alcanzó algo que no
llegué a vislumbrar, pero el clic indicó el inconfundible sonido del
lubricante. Sus dedos regresaron, esta vez haciendo círculos en mi ano; puse
los ojos en blanco de puro gusto. Al poco tiempo noté que introducía un objeto
redondeado, y después otro más grande, y otro aún más grande. Oh, eran los
huevos de Pascua. Los sacaba y los volvía a meter, dilatándome poco a poco. Al
cabo del tiempo anunció:
—Ya estás perfecta para
la zanahoria.
El dildo al que se
refería tenía literalmente la forma de una zanahoria. El tope eran las hojas, y
la parte insertable tenía la forma del fruto, con 15 cm de largo y 4 cm de
diámetro. Mi culo se lo tragó entero.
—Ahora te voy a
desatar y te volveré a atar mirando hacia mí, para flagelarte la zona frontal.
Asentí y me dejé
hacer. Judit se centró en mis pechos, mi vientre y mis muslos. De vez en cuando
las cintas alcanzaban mi sexo, provocando que descargas de placer ametrallasen
mi cuerpo, y el orgasmo comenzó a acumularse en mi vientre.
—Aún no, Devota.
Su voz era como un
faro; sabía que si no siguiera su luz, me estrellaría ineludiblemente contra un
acantilado.
Cuando Judit quedó
satisfecha con el aspecto que presentaba mi piel, alcanzó el último objeto que
reposaba sobre la mesilla: el conejito. A pesar de que mi culo estuviera lleno
por la zanahoria, consiguió penetrarme con facilidad gracias a lo lubricada que
estaba, y se aseguró de que finalmente las orejitas atrapasen mi clítoris.
Activó el vibrador, manteniéndolo entre mis piernas con la mano derecha,
mientras que con el brazo izquierdo me rodeó para agarrarme del culo.
—¿Quién es tu Diosa,
Devota?
Sus ojos fulguraban
tras la máscara.
—T-tú eres mi Diosa.
Mi cuerpo temblaba
tanto que temí romper la estructura de madera.
—Córrete para mí, Devota...
Seguí la luz de su voz
y mi orgasmo estalló en su mano. Resucité.
Casi sin que me diera
cuenta, Judit apagó el conejito y extrajo la zanahoria. Seguidamente me desató
y me sostuvo entre sus brazos.
—Feliz Pascua, Ostara.
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “Motivación”)
Brutal. Esa mezcla de sexo y religión me pareció perfecta!
ResponderEliminarbesos
La primera parte descriptiva de una tradición religiosa vivida en familia es la motivación que introduce a la protagonista en esa segunda parte sado que aclara las dudas sobre su fe.
ResponderEliminarMagníficas ambas partes que concluyen en el final deseado.
Nos has dejado KO. la mezcla que nos has hecho ha sido de una imaginación bárbara.
ResponderEliminarDiosa y devota.
Un besazo.