(Autora: ©Marifelita)
Sarah Joncas
Y de repente, desperté. No podía hacerme una idea del tiempo
que llevaba allí, en aquel lugar. Intenté hacer memoria, aclarar mis ideas,
esforzarme por recordar vagamente algún detalle borroso. Fue uno de esos días extraños, pero aquella situación aún
lo era más. Notaba una venda en los ojos y una mordaza en la boca. También
estaba atada de pies y manos. Todo en un silencio sepulcral.
Y como un flash, vino todo a mi mente. La noche anterior
estuve con los compañeros de trabajo, celebrando mi graduación como agente de
policía. Era la única mujer de aquella comisaria. Eso me hacía ser distinta al
resto, en algunas cosas para bien y en la mayoría no tanto. Salimos a cenar y a
tomar algo después, y fue allí en el karaoke donde la noche se desmadró entre
copa y copa, haciendo que perdiera el sentido en algún momento de la velada.
Mientras intentaba recordar donde estaba y cómo había llegado
hasta allí, de repente oí acercarse las voces de dos hombres, que no conseguí reconocer.
¿De qué se trataría todo aquello? ¿Un secuestro, quizá una confusión? Yo no soy
de una buena familia que pudiera pagar un rescate, ni tampoco había participado
en ningún caso importante como para tener enemigos que quisieran vengarse.
Uno de los hombres se me acercó y me susurró al oído que ya
quedaba poco para que todo acabase y noté como me desataba de pies y manos,
para colocarme unas esposas y anclarme con ellas a una tubería cercana.
Al oír sus palabras entré en pánico y antes de que cogiera mi
otra mano para esposarme, me quité la venda de la cara y pude ver a dos
encapuchados, el que estaba frente a mi agachado y otro de pie más alejado. Le
di un cabezazo al que tenía al lado y enseguida vi una pistola colgando de su
cinturón, que no dudé en arrebatarle mientras quedaba petrificado, supongo que
por la sorpresa, no lo vio venir.
Apunté al que estaba de pie y cuando hizo gesto de
desenfundar también su pistola, le disparé sin vacilar. Entre gritos y con los
nervios de la situación apunté al que estaba a mi lado rogándome que me
tranquilizara y no hiciera tonterías cuando algo dentro de mí me dictó que era
una amenaza y también le disparé para defenderme.
De golpe el silencio, notaba la sangre que resbalaba por mi
frente y me di un par de segundos para respirar y pensar qué tenía que hacer
ahora. Rebusqué entre los bolsillos de aquel hombre y encontré las llaves de
las esposas de las que me liberé enseguida para colocárselas a mi raptor.
Estaba inconsciente, pero se desangraba, igual que el otro hombre que sollozaba
al fondo de la habitación. Me acerqué a él rápidamente para desarmarlo y
también encontré en su cinturón unas esposas que le puse para inmovilizarlo.
De repente una sombra vino a mi mente, y solo pensé en
quitarles la capucha a mis captores. Y la sorpresa que me llevé fue mayúscula.
Se trataba de dos compañeros de la comisaría. Entonces oí como el que se
desangraba a mis pies gritaba: “Solo fue una broma, no queríamos hacerte daño”.
Por favor, llama a una ambulancia.
El futuro pasó ante mis ojos. Debería despedirme de
lo que tenía planeado, adiós a mi carrera, todo se había arruinado. Por culpa
de dos imbéciles y una novatada violenta que rayaba el abuso. ¿En qué posición
me dejaba? Se me fue la mano en mi “autodefensa”. Tanto si decía la verdad como
si me inventaba una mentira, tendría los días contados como policía, podría ir
preparando mi carta de renuncia.
Y justo mientras pensaba en ello, me pasó por la mente la
posibilidad de preparar mi versión de los hechos y un nuevo escenario. Miré sus
móviles para comprobar si su perverso plan era exclusivamente idea de aquel par
de idiotas o bien era extensivo a algún otro cómplice más. En los chats había
algunas bochornosas fotos de la velada en el karaoke que compartieron con el
resto de compañeros, pero ningún comentario respecto a mi secuestro.
Entonces pensé en mi verdad. Sería víctima de un secuestro y
mis compañeros habrían venido en mi busca, pero los secuestradores les
esperaban y no dudaron en quitarlos de en medio. En la confusión del momento y
el tiroteo, solo yo conseguí escapar. Así que preparé el escenario acorde a mi
versión. Limpié lo mejor que pude mis huellas de las armas, las esposas y los
móviles, aunque me quedé uno de ellos para pedir auxilio. Eché un vistazo a
aquel lugar que parecía un taller abandonado, y antes de marcharme me aseguré
de que ya no respiraban. Salí al exterior y vi que me encontraba en la mitad
del campo, en una casa que parecía abandonada al margen de la carretera. Nadie
habría oído los disparos.
Mientras iba caminando por el arcén de la carretera, en la hora más oscura de mi vida, ya de
madrugada, divisé a lo lejos un coche aparcado en un saliente de la carretera
tras unos árboles. Al llegar allí ya me di cuenta que era de uno de mis amigos
secuestradores por una de las pegatinas. ¿Qué pretendían con su plan? ¿Hasta dónde
querían llegar? Dejar su coche alejado de la casa donde me retenían no auguraba
buenas intenciones. Seguí caminando por la carretera mientras marcaba el número
de la comisaria y cuando contestaron a mi llamada, con la voz entrecortada y
acelerada empecé a relatarles mi versión de los hechos. Esa noche sería una
parte oculta de mi vida, esos secretos
que guardas solo para ti, y que nadie más debería conocer.
©Marifelita
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Mosaico”)