(La
Sirenita- Hans Christian Andersen)
(Autora: ©Dafne Sinedie)
Capítulo 1.
La sirena
Amparada por
las robustas paredes del Templo de Neptuno, observaba cómo la tormenta se
desataba en el mar.
—Es un mal
augurio —dijo una de mis hermanas, a mi espalda.
—No, es un
buen augurio —le contradijo la otra—. Pronto llegará la calma que sucede a la
tormenta, pues la semana que viene por fin abandonaremos este templo. Además,
Raisa conocerá a su Príncipe y se casará con él.
Suspiré con
pesadumbre. Cuando éramos pequeñas, mis padres, los Reyes de Zapad, nos
enviaron a aquel templo para que recibiéramos una educación completa y,
especialmente, alejarnos de las intrigas palaciegas. Ahora que había cumplido
dieciséis años, estaba previsto mi regreso; el matrimonio concertado con el
Príncipe de Vastok reflejaría la unión entre ambos reinos y consolidaría la paz
que tantas vidas había costado en el pasado.
Ya había
aceptado mi Destino, a pesar de que mi corazón pertenecía al mar.
Desde niña,
mis ojos turquesa se hundían en las aguas como si buscasen algo que aún no
sabía que quería encontrar. Mis oídos encontraban en el oleaje la melodía más
maravillosa y cuando pasaba la lengua por mis labios salados siempre encontraba
una sonrisa. Todos los días me bañaba, y no sería la primera vez que las
sacerdotisas debían sacarme a rastras de entre las olas porque, de lo
contrario, habría permitido que me arrastrasen mar adentro.
Amaba el mar
como si fuera una persona, y lo comprendía en todos sus estados de ánimo. Por
eso, dije:
—No es ni un
mal ni un buen augurio. Simplemente...
Enmudecí.
Había una figura en la playa.
—Hay alguien
en la orilla.
Y, sin
pensármelo dos veces, atravesé el templo corriendo y salí a su encuentro.
Llegué a la
playa con los pulmones ardiendo por la repentina carrera, la túnica empapada
por la lluvia y el peinado deshecho por el viento. En la arena estaba tumbado
un muchacho inconsciente, con la ropa hecha jirones y sin una bota. Un
náufrago.
Debería
haberme acercado a él para comprobar si aún respiraba, pero me quedé paralizada
al descubrir otra figura a su lado. Se trataba de una muchacha de largos
cabellos rojos, piel olivácea y ojos cristalinos. Era realmente hermosa. Me
ruboricé al descubrir que mostraba el torso desnudo, pero al bajar la vista no
encontré piernas, sino una larga cola escamosa. Imposible...
La sirena me
miró con miedo, como si creyera que le fuera a hacer algún daño. Sin embargo,
pronto se sobrepuso a su temor y, con firmeza, me habló.
—Ayúdale,
por favor.
No estaba
segura de si había hablado mi idioma, pero la entendí. Estaba claro que había
salvado al muchacho y que él era su prioridad, así que supuse que ella tampoco
suponía un peligro para mí.
Me arrodillé
en la arena, comprobé las pulsaciones del chico... Su corazón aún latía,
débilmente. Por desgracia, no respiraba. Realicé el masaje cardiopulmonar,
treinta compresiones tal y como me habían enseñado, y seguidamente me dispuse a
hacerle el boca a boca. La sirena nos miró con curiosidad y preocupación, ya
que el muchacho seguía sin respirar. Repetí el procedimiento. Mientras exhalaba
por segunda vez aire en sus pulmones, el muchacho por fin despertó. Me separé
rápidamente, pues comenzó a toser y a vomitar agua.
La sirena
sonrió, aliviada; ella sólo tenía ojos para él, mientras que yo sólo tenía ojos
para ella.
—Gracias.
Oh, me lo
decía a mí. Una cálida sensación se extendió por mi pecho.
—N-no hay
que darlas...
—¡Raisa!
Mis hermanas
y las sacerdotisas se aproximaban a la playa.
La sirena
huyó hacia las olas y se sumergió de nuevo en el agua. ¡No! Quise detenerla,
pero una mano se cernió entorno a mi muñeca y captó mi atención. El muchacho
había abierto los ojos, azules como un cielo despejado, y me miraba con
absoluta adoración.
—Me has
salvado.
—Yo no...
Pero ya no
quedaba ningún rastro de la sirena.
Capítulo 2.
El Príncipe
A veces el
Destino obra de formas extrañas.
El muchacho
resultó ser el Príncipe con el que debía casarme; la comitiva viajaba a Zapad
cuando les sorprendió la tormenta y su navío naufragó.
—Espero que
haya más supervivientes —añadió el Príncipe tras compartir con nosotras su
relato. Las sacerdotisas le habían proporcionado una túnica seca, y ahora se
encontraba en la cama del mejor dormitorio del templo con un chocolate caliente
entre las manos—. Soy muy afortunado de que Neptuno me condujera hasta su
templo... ¿Puedo preguntar el nombre de mi salvadora?
Por
supuesto, él no debía descubrir mi verdadera identidad hasta la ceremonia.
—Tan sólo
soy una sacerdotisa, mi Príncipe...
—Podéis
llamarme Eric —era la quinta vez que me lo pedía.
Debía
admitir que era muy apuesto, con el cabello negro y ondulado cayéndole sobre
los hombros y hoyuelos que se le marcaban en las mejillas cada vez que sonreía.
Sin embargo, en mi mente se había alojado la imagen de la sirena, con su voz
sobrenatural y su belleza inhumana.
—Mi
Príncipe, ya hemos avisado a la Guardia. —La Madre Sacerdotisa entró en la
habitación—. Mañana os recogerán y acompañarán hasta el castillo.
—Gracias
—murmuró. Parecía apenado de no poder quedarse más tiempo. ¿Desearía casarse
tanto como yo?—. Cuando llegue, me encargaré de enviaros las mejores ofrendas,
¡y podéis pedir todo lo que necesitéis! Os debo mi vida.
La última
frase la dijo clavando sus pupilas de nuevo en mí. La Madre Sacerdotisa se dio
cuenta y chasqueó la lengua, medio contrariada medio divertida.
—Chicas,
podéis retiraros ya. El Príncipe debe descansar...
La siguiente
vez que vi al Príncipe fue durante el desayuno. Después, se empeñó en
acompañarme a recoger los objetos que la tormenta había arrastrado hasta la
orilla, y estuvo contándome historias sobre su vida en Vastok, la relación con
su familia y lo mucho que le aburría la Corte. Era gracioso, inteligente y
agradable. Por mi parte, apenas hablé. Intentaba escucharle con atención, pero
inevitablemente mis ojos buscaban a la sirena entre las aguas...
—¿Habéis
visto eso?
Me pareció
ver una cabeza asomándose, como si también estuviera escuchando al Príncipe.
—Me temo que
sólo tengo ojos para vos.
Tras del
almuerzo, tal y como había comentado la Madre Sacerdotisa, la Guardia vino a
recogerle en un carro con caballos. Ante el asombro de todo el templo, el
Príncipe besó mi mano a modo de despedida.
—Ojalá
volvamos a vernos...
«Nos veremos
antes de lo que esperas, Eric».
No me atreví
a decirlo en voz alta.
Una semana
más tarde, a mis hermanas y a mí nos recogió el mismo carro con caballos.
Era extraño
regresar al castillo después de vivir tantos años en el templo, y estaba tan
abarrotado de gente que mareaba. Tras hablar con mis padres, me encerré en mi
antiguo dormitorio; me habían avisado de que, tras la ceremonia, el Príncipe y
yo pasaríamos nuestra Luna de Miel en un barco que nos conduciría hasta su
reino.
Me sentía
triste y furiosa. ¡Si me marchaba, las probabilidades de volver a ver a la
sirena se reducían a la nada! Además, me ponía muy nerviosa lo que se suponía
que debía ocurrir durante la Noche de Bodas; la Madre Sacerdotisa me lo había
explicado, y sólo de imaginármelo se me tensaba todo el cuerpo.
Por la
tarde, entraron tres doncellas para bañarme, vestirme, peinarme y maquillarme.
La noche se asomaba a las ventanas cuando finalizaron la tarea.
Mis hermanas
me escoltaron hasta el salón y alguien anunció nuestra entrada. Todos los
asistentes dejaron de bailar para hacer la reverencia protocolaria, y aproveché
para buscar con la mirada al Príncipe; lo encontré al fondo, acompañado del Rey
y la Reina, y de una muchacha de apariencia extranjera. ¿Su hermana, quizás?
Conforme me
acercaba, distinguí mejor sus rasgos. Pelo rojo trenzado alrededor de su cabeza
como si fuera una corona, piel olivácea, ojos cristalinos... ¡La sirena! Pero
estaba segura de que bajo su vestido había dos piernas humanas.
Ambos me
reconocieron al mismo tiempo, los labios de ella formando una “o” perfecta, el
rostro de él iluminándose. El Príncipe se adelantó, rompiendo la unión de sus
brazos entrelazados, y se arrodilló ante mí.
—Ahora
entiendo por qué Neptuno os entregó mi corazón... mi salvadora, mi Princesa.
Cuando me
besó la mano, la multitud rompió en vítores.
No pude
evitar mirar hacia la sirena; por su mejilla derecha se deslizaba una lágrima
silenciosa.
Capítulo 3.
La Princesa
La ceremonia
transcurrió tal lo previsto y a la medianoche nos intercambiamos los anillos.
—Sí, quiero.
—Sí, quiero.
Nuestros
labios se reencontraron, sólo que ahora sentía que la tormenta se había
desatado dentro de mi pecho.
La sirena
había desaparecido, pero al Príncipe no parecía importarle, concentrado
completamente en mí. Bailamos la primera canción como marido y mujer, e intenté
disfrutar del rato que me quedaba junto a mi familia antes de separarnos.
—¡Iremos a
visitarte, Raisa!
—Vendrás
pronto a visitarnos, ¿verdad?
—No podrá
venir si tiene a su primer bebé, tonta...
Prefería
comerme una medusa a quedarme embarazada, pero me limité a sonreír, asentir y a
despedirme de mis queridas hermanas.
Un poco más
tarde, el Rey y la Reina nos acompañaron hasta la carroza nupcial que nos
llevaría hasta el puerto. Durante el trayecto, el Príncipe se mostró tan
nervioso como yo al quedarnos a solas, y no conseguimos mantener una
conversación fluida. No obstante, con mano firme y cálida me ayudó a bajar de
la carroza y a embarcar en el Navío Real.
Nuestro
camarote ocupaba uno de los niveles de la popa. En el centro había una gran
cama que, en vez de estar aferrada al suelo, colgaba de cadenas, de modo que
acompañase el movimiento de la marea. Había velas encendidas en el suelo, cuyo
aroma a flores enmascaraba el olor marino, y sobre las sábanas pétalos rojos
dibujaban un corazón.
—Siento
mucho no poder ofreceros un lugar mejor en el que pasar esta noche —susurró el
Príncipe, abrazándome desde atrás—. Pero nuestras familias pensaron que no
sería conveniente que esperásemos a llegar a Vastok para consumar nuestro
matrimonio.
Me besó el
cuello, poniéndome la piel de gallina, y noté que sus manos buscaban los
abroches de mi corsé para desnudarme. Entré en pánico y me aparté bruscamente.
—¡No!
El Príncipe
parecía desconcertado.
—L-lo
siento... Es que... —Pensé rápidamente en una excusa para que no sucediera lo
que tanto me repugnaba—. Estoy en mi periodo.
—¿Vuestro...
periodo?
Tardó un
poco en comprender a qué me refería y se ruborizó hasta las orejas, mostrándose
más como un muchacho que como un príncipe.
—Oh. Ah. No
pasa nada... Podemos dormir... y cuando pase vuestro... periodo, ya haremos...
esto.
Sonreí,
aliviada, y le di un beso ligero como una pluma.
—Gracias por
comprenderlo, Eric.
Se rio al
oírme pronunciar su nombre.
Nos
cambiamos de ropa y nos metimos en la cama. Noté que él se dormía en seguida,
arrullado por la marea, pero yo me quedé despierta sumida en mis propios
pensamientos. ¿Por cuánto tiempo podría atrasar el momento? Si le decía que no
muchas veces, probablemente se enfadaría... ¿Me obligaría a hacerlo por la
fuerza?
Oí cómo se
abría la puerta y unos pasos entrando en el dormitorio. ¿Pero qué...?
Cuando abrí
los ojos, vi a la sirena de pie al lado del Príncipe, sosteniendo una daga como
si estuviera dispuesta a descargarla sobre su pecho.
—¡No!
Asustada, la
sirena huyó hacia la cubierta. Salté de la cama y la seguí apresuradamente,
consciente de que el Príncipe también nos alcanzaría. La sirena arrojó la daga
al mar y se subió a la barandilla.
—¡No, por
favor!
Tiré de ella
y caímos sobre la madera.
—No... lo...
entiendes... —Habló como si se estuviera desgarrando la garganta en el
proceso—. Yo sólo... quería que el Príncipe... me amase... porque así... yo
también tendría... un alma humana. ¡Pero él... te ama a ti! La Bruja del Mar me
dijo que... si nadie era capaz de... amarme tras tres soles... al siguiente
amanecer me convertiría... en espuma de mar.
Justo en ese
momento llegó el Príncipe.
—Pero mis
hermanas... hicieron otro trato... ofrecieron sus cabellos... y si yo mataba al
Príncipe... podría volver a ser sirena... ¡Pero prefiero morir... antes que
matarle!
Faltaban
apenas unos minutos para que amaneciera.
—¿Cómo debía
demostrar el Príncipe que te amaba? —le pregunté.
—Con un...
beso... de amor verdadero.
Ya sabía lo
que tenía que hacer para salvarla.
Ante la
sorprendida mirada del Príncipe, acuné el rostro de la sirena entre las manos,
me incliné hacia delante y la besé con dulzura.
—Yo te he
amado desde el primer momento que te vi.
(Relato
perteneciente a la propuesta de Variétés: “Finales alternativos”)
IMPRESIONATE. Un trabajo muy bien hecho , me gusto , creo que una mini novela con tu toque personal. Un besazo.
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