(Autora: ©Dafne Sinedie)
Mi calzado
para la propuesta 👢
El primer
pensamiento que me vino a la cabeza nada más apagar el despertador fue:
«Es viernes, hoy le veo».
Una sonrisa
de felicidad se dibujó en mis labios y salí de la cama de un salto, dispuesto a
terminar la semana de la mejor manera posible.
Caminé
descalzo por el entarimado de madera que cubría mi apartamento; el contraste
con las baldosas frías del baño me provocó un escalofrío.
Me duché rápidamente, me afeité, me puse los
calzoncillos y regresé a mi dormitorio para terminar de vestirme: camisa azul,
vaqueros y zapatos marrones. Arreglado y, al mismo tiempo, informal. Los
detalles importantes eran las pulseras de cuero en la muñeca izquierda, el anillo rectangular en el
dedo anular y las dilataciones en las orejas.
Terminé de
peinarme y me puse un poco de perfume, rezando porque la fragancia de madera de
cedro y cítrico durase toda la jornada. Después alcancé mi mochila y bajé al
garaje a por mi querida Harley.
Atravesé la
ciudad con fluidez, como si el ronroneo de la moto fuera una melodía y
estuviera bailando con las calles.
Ya en el
trabajo, saludé a mis compis de trabajo conforme pasaba delante de sus puestos,
parándome a hablar en algunas mesas, y sus respuestas y risas llenaron el
edificio.
Consideraba
mi trabajo como el mejor trabajo del mundo, pues consistía en leer novelas.
Dentro de la editorial, trabajaba en el sello Roman-tique. ¡Me encantaba el romance! Sobre todo cuando estaba
mezclado con otros géneros como la fantasía, la ciencia-ficción, el terror...
Además, intentábamos que nuestro catálogo fuera lo más inclusivo y diverso
posible. Precisamente, el manuscrito que estaba revisando en esos momentos
tenía como protagonista a una chica ace
que estaba descubriendo su sexualidad, y me estaba gustando tanto que no pude
evitar abrir mi libreta y apuntar mis pensamientos en ella.
Al medio día
tenía un descanso de una hora para comer. Mientras, vi un episodio de un dorama
coreano en versión original. En la vida real no me gustaban ni los chismes ni
los dramas, pero en la ficción me encantaban. Además, los doramas me servían
para mejorar mi oído en ese idioma.
A las cinco
finalizó mi jornada y me despedí de mis compis de nuevo.
Llegué
primero a nuestro punto de encuentro, la Plaza Mayor, y aproveché la espera
para llamar a mi hermano, pues estaba estudiando en otro país.
Justo cuando
colgaba el teléfono le reconocí.
—¡Aiden!
Se acercó a
mí con su sonrisa pícara de siempre. Tenía el pelo largo y moreno, la barba
perfectamente recortada y los ojos marrones más vivaces que había visto nunca.
—¡David!
Nos
abrazamos con cierto nerviosismo.
—¿Te apetece
dar un paseo? —Le pregunté cuando nos separamos.
—¡Claro! Oh,
espera...
Se agachó y
le miré desde arriba, confuso. Entonces entendí lo que estaba haciendo: atarme
los cordones del zapato derecho. El rubor cubrió mis mejillas.
—¡Ya está!
—Dio una palmada cuando volvió a incorporarse—. No querría que te tropezases.
—Gracias.
Habíamos
quedado tan juntos que fue inevitable: nuestros labios se encontraron...
Y sentí que con Aiden la balanza que
sostenía mi mundo se equilibraba.
(Relato
perteneciente a la propuesta: Equilibrio de “Variétés”)
Eso es amar el trabajo , y más cuando se tiene ese optimismo y hay alguien que nos espera a la salida... Chicos coquetos y bien perfumados jaja . Un besazo.
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