Corrí por el muelle con mi botín a buen resguardo en el
interior de mi casaca. ¿Dónde puñetas había dejado mi barco? En realidad, no
era más que un velero pequeño que una sola persona podía manejar con facilidad,
pero para mí era como un buque de guerra. Leí apresuradamente los nombres
mientras me movía.
"Odyssey"
"Lucinda"
"Delfín"
"Rosa de los vientos"
"Ojos azules"
...
¡Ah, ahí estaba! Mi preciosa "Ojos Azules". Es
irónico, porque justo en ese momento estaba huyendo de unos ojos azules muy
bonitos pero muy cabreados.
Salté a la cubierta sin pensarlo y solté las amarras; las
cuerdas me mordieron las palmas de las manos, pero los callos demostraban que
ya era una costumbre. Escuché las maldiciones y los pasos de mi perseguidora no
muy lejos, así que me apresuré a levar el ancla, a extender las velas y a
hacerme con el timón.
¡Pirata! ¡Ladrón!
Su voz rompió la calma de la noche; en el agua se reflejaban
las estrellas, de manera que no se sabía dónde empezaba el cielo y dónde el
mar.
No pude evitar darme la vuelta para mirarla mientras me
alejaba del puerto.
Llevaba meses tras la pista de aquella brújula y aquel mapa
que conducían a los lugares más maravillosos del mundo, prometiendo miles de
tesoros y aventuras. Una noche en una taberna escuché cómo un hombre se quejaba
de que en una subasta una mujer había comprado aquellos objetos por una suma
exacerbada, impidiendo al resto de pujantes competir siquiera con ella. No fue
difícil sonsacarle su nombre después de un par de botellas de ron. Así que sin
más demora viajé hasta donde ella vivía, y la observé durante varios días.
Llegué a la conclusión de que era prácticamente imposible entrar en su mansión
a menos que ella te invitase, así que no me quedó otra opción: seducirla.
No es que fuera un sacrificio, ni mucho menos. Durante las
pocas semanas que me hice pasar por un joven mercader, disfruté de la compañía
de la mujer más hermosa e inteligente que había conocido en mi vida, e incluso
me penó tener que robarle después de dejarla durmiendo enredada entre sus
propias sábanas. Quizás por eso cometí el error de darle un beso de despedida.
Sus preciosos ojos azules comprendieron al instante lo que
había sucedido y lo que más me dolió fue el dolor que se leyó en ellos al darse
cuenta de que había sido vilmente engañada.
Al menos eso me dio el tiempo necesario para huir; salté por
la ventana y no miré atrás... hasta ese momento.
Incluso en la distancia me di cuenta de que lágrimas de
rabia rodaban por sus mejillas. Había salido de la casa en camisón y su melena
dorada latigueaba a su espalda, algo completamente indecoroso en aquella época.
Por suerte, solo estábamos nosotros dos, los veleros, el mar y la luna como
testigos.
Por un instante me asaltaron las dudas.
¿Y si estaba dejando escapar un tesoro y una aventura mucho
mejores que las que me esperaban con ese mapa y esa brújula?
Sacudí la cabeza y volví a mirar al horizonte.
Si esos ojos azules estaban escritos en mi destino, nos
volveríamos a ver.
Relato perteneciente a la propuesta "Mar, O Montaña"
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