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jueves, 31 de octubre de 2024

Secretos que guardas

 

(Autora: ©Marifelita)


Sarah Joncas

Y de repente, desperté. No podía hacerme una idea del tiempo que llevaba allí, en aquel lugar. Intenté hacer memoria, aclarar mis ideas, esforzarme por recordar vagamente algún detalle borroso. Fue uno de esos días extraños, pero aquella situación aún lo era más. Notaba una venda en los ojos y una mordaza en la boca. También estaba atada de pies y manos. Todo en un silencio sepulcral.

Y como un flash, vino todo a mi mente. La noche anterior estuve con los compañeros de trabajo, celebrando mi graduación como agente de policía. Era la única mujer de aquella comisaria. Eso me hacía ser distinta al resto, en algunas cosas para bien y en la mayoría no tanto. Salimos a cenar y a tomar algo después, y fue allí en el karaoke donde la noche se desmadró entre copa y copa, haciendo que perdiera el sentido en algún momento de la velada.

Mientras intentaba recordar donde estaba y cómo había llegado hasta allí, de repente oí acercarse las voces de dos hombres, que no conseguí reconocer. ¿De qué se trataría todo aquello? ¿Un secuestro, quizá una confusión? Yo no soy de una buena familia que pudiera pagar un rescate, ni tampoco había participado en ningún caso importante como para tener enemigos que quisieran vengarse.

Uno de los hombres se me acercó y me susurró al oído que ya quedaba poco para que todo acabase y noté como me desataba de pies y manos, para colocarme unas esposas y anclarme con ellas a una tubería cercana.

Al oír sus palabras entré en pánico y antes de que cogiera mi otra mano para esposarme, me quité la venda de la cara y pude ver a dos encapuchados, el que estaba frente a mi agachado y otro de pie más alejado. Le di un cabezazo al que tenía al lado y enseguida vi una pistola colgando de su cinturón, que no dudé en arrebatarle mientras quedaba petrificado, supongo que por la sorpresa, no lo vio venir.

Apunté al que estaba de pie y cuando hizo gesto de desenfundar también su pistola, le disparé sin vacilar. Entre gritos y con los nervios de la situación apunté al que estaba a mi lado rogándome que me tranquilizara y no hiciera tonterías cuando algo dentro de mí me dictó que era una amenaza y también le disparé para defenderme.

De golpe el silencio, notaba la sangre que resbalaba por mi frente y me di un par de segundos para respirar y pensar qué tenía que hacer ahora. Rebusqué entre los bolsillos de aquel hombre y encontré las llaves de las esposas de las que me liberé enseguida para colocárselas a mi raptor. Estaba inconsciente, pero se desangraba, igual que el otro hombre que sollozaba al fondo de la habitación. Me acerqué a él rápidamente para desarmarlo y también encontré en su cinturón unas esposas que le puse para inmovilizarlo.

De repente una sombra vino a mi mente, y solo pensé en quitarles la capucha a mis captores. Y la sorpresa que me llevé fue mayúscula. Se trataba de dos compañeros de la comisaría. Entonces oí como el que se desangraba a mis pies gritaba: “Solo fue una broma, no queríamos hacerte daño”. Por favor, llama a una ambulancia.

El futuro pasó ante mis ojos. Debería despedirme de lo que tenía planeado, adiós a mi carrera, todo se había arruinado. Por culpa de dos imbéciles y una novatada violenta que rayaba el abuso. ¿En qué posición me dejaba? Se me fue la mano en mi “autodefensa”. Tanto si decía la verdad como si me inventaba una mentira, tendría los días contados como policía, podría ir preparando mi carta de renuncia.

Y justo mientras pensaba en ello, me pasó por la mente la posibilidad de preparar mi versión de los hechos y un nuevo escenario. Miré sus móviles para comprobar si su perverso plan era exclusivamente idea de aquel par de idiotas o bien era extensivo a algún otro cómplice más. En los chats había algunas bochornosas fotos de la velada en el karaoke que compartieron con el resto de compañeros, pero ningún comentario respecto a mi secuestro.

Entonces pensé en mi verdad. Sería víctima de un secuestro y mis compañeros habrían venido en mi busca, pero los secuestradores les esperaban y no dudaron en quitarlos de en medio. En la confusión del momento y el tiroteo, solo yo conseguí escapar. Así que preparé el escenario acorde a mi versión. Limpié lo mejor que pude mis huellas de las armas, las esposas y los móviles, aunque me quedé uno de ellos para pedir auxilio. Eché un vistazo a aquel lugar que parecía un taller abandonado, y antes de marcharme me aseguré de que ya no respiraban. Salí al exterior y vi que me encontraba en la mitad del campo, en una casa que parecía abandonada al margen de la carretera. Nadie habría oído los disparos.

Mientras iba caminando por el arcén de la carretera, en la hora más oscura de mi vida, ya de madrugada, divisé a lo lejos un coche aparcado en un saliente de la carretera tras unos árboles. Al llegar allí ya me di cuenta que era de uno de mis amigos secuestradores por una de las pegatinas. ¿Qué pretendían con su plan? ¿Hasta dónde querían llegar? Dejar su coche alejado de la casa donde me retenían no auguraba buenas intenciones. Seguí caminando por la carretera mientras marcaba el número de la comisaria y cuando contestaron a mi llamada, con la voz entrecortada y acelerada empecé a relatarles mi versión de los hechos. Esa noche sería una parte oculta de mi vida, esos secretos que guardas solo para ti, y que nadie más debería conocer.

©Marifelita

(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Mosaico”)

4 comentarios:

  1. Muy buen relato!
    Reto conseguido!
    Un abrazo

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  2. Hay bromas, en esta ocasión novatadas, que tienen malas consecuencias.
    Sin duda sería un secreto hasta la tumba,
    Un besote.

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  3. A veces no se miden las consecuencias de una novatada. Un abrazo

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  4. El precio de una broma, puede pagarse con la vida

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