Nuevamente el trabajo lo llevaba lejos. Era un viaje como tantos otros; o eso pensaba hasta que ella se sentó a su lado.
Le bastó cruzar la mirada con esos ojos oscuros como una noche sin luna, para saber que ese sería un vuelo especial. La vista de su escote; ese modo de cruzar las piernas al sentarse, y esa forma de morderse el labio, eran una clara declaración de intenciones. Y él no pensaba en otra cosa que cumplir a todas y cada una de ellas.
Llevaban algunas horas en vuelo, y sólo se habían rozado las manos cuando trajeron la cena. Ella lo había provocado todo el tiempo, pero ese juego lo excitaba, y sabía que a ella también, aunque no hubiese pronunciado una sola palabra. Hasta el momento en el que apagaron todas las luces.
¿Me dejaría pasar? ...necesito ir a la toilet. –susurró tan cerca de él que hizo que la piel de su cuello, de todo su cuerpo, se erizara.
Obviamente... –respondió, sonriendo de lado.
Él se puso en pie, y ella le pasó delante contoneando sus caderas, casi tocando su entrepierna. Esperó dos minutos, mientras veía la curva que hacía su espalda en ese punto que lo hacía enloquecer, y la siguió. Había dejado la puerta sin el pestillo y cuando entró, ella ya se había quitado su vestido negro, estaba sin sujetador; y mirándolo fijo. Bloqueó la puerta, desabrochó uno a uno los botones de su jeans, y sin mediar palabra, la giró y la penetró. Sintió su sexo abrirse paso dentro ella, y mordió su hombro. Sus gemidos eran tan fuertes que temió se escucharan fuera del minúsculo baño. Por mucho tiempo esa había sido sólo una fantasía y ahora estaba a punto de explotar dentro de ella, allí, en mitad del vuelo.
Perdieron la cognición del tiempo, hasta que sintieron calmarse los espasmos de los propios orgasmos. Ella sonreía de forma única mientras él continuaba a mirarla en el espejo.
¿Entiendes ahora por qué te digo que tu fotografía más bella es la que tomo con mis retinas? –le dijo besándole el cuello en tanto que ella se volvía a vestir. Belleza es tu rostro cuando me donas tu orgasmo.
Te amo... –respondió girándose y saliendo del baño, aún quedaban más de seis horas de vuelo antes de llegar a Buenos Aires.
©Alma Baires
Relato perteneciente a la propuesta "Silencio Se Rueda"
RECONOCER [SE]
Estacionó y bajó de su moto. Ni siquiera el viento en la cara pudo hacer que se olvidara de ella. Había conducido por horas, y a una velocidad poco recomendada. Sin rumbo, sólo con la imagen de su rostro por delante. Una vez había leído: “El alma libre es rara, pero la reconoces fácilmente cuando la ves.” Charles Bukowski. (Escritor y poeta estadounidense. 1920-1994) Y él la había reconocido. En medio a toda esa gente, y a pesar de su hermoso antifaz... él la había reconocido.
No dudó un segundo; y, aún si la fiesta estaba terminando, fue tras ella.
¿Qué debo hacer para conseguir tu número de teléfono? –le susurró al oído.
¿Apuntarme con un revólver, tal vez? –respondió irónicamente ella, alzando una ceja, provocándolo.
No corazón, quiero que tú me entregues todo por tu propia voluntad. –le dijo muy seguro de sí mismo.
De repente imaginó la habitación de ese hotel que tanto le gustaba a unos pasos de allí, con vista al Canal Grande. La suite, con la bañera en un ángulo. Luz tenue y música suave. En la mesilla, las esposas y la vela. Y sobre la cama, ella. Donde pudiese observarla... domarla... poseerla... amarla. Donde ella se concediera a cada uno de sus juegos; a cada una de sus perversiones; a cada uno de los placeres que él sabría darle.
Tan absorto estaba en sus fantasías, que no se percató de haber sido rodeado por sus amigos y que lo habían separado de ella. Sin saber siquiera quién era; sin saber dónde estaba. Esa sería su cruz, haberla finalmente encontrado, y perderla antes de tenerla.
...
No podía sacarse esa voz de la cabeza. Había durado un instante, pero cuanto servía para sacudirle todas las certezas. Aún no se explicaba, ni le perdonaba, que se haya alejado sin más, amigos o menos. Preguntó quién era, pero nadie le dio una respuesta concreta.
Caminaba por la calle sin saber muy bien dónde iba. Jugando y haciendo girar la llave de su departamento en la mano. Y sin dejar de darle vueltas a la piruleta en su boca; cuando lo vio. Bajaba de una moto, y lo reconoció. Sin pensarlo se le acercó, no dejaba de mirarlo.
3581119304... –le dijo mientras se le paraba delante. Por si aún te interesa...
Sonrió de lado, y la tomó por la cintura, sujetándola a su cuerpo. Las almas libres eran raras, pero él la había reconocido, y ella a él. Ahora se habían encontrado y no volverían a perderse.
©Alma Baires
Relato perteneciente a la propuesta "Citas Y Sueños"
Hacia sólo quince días que estaba trabajando allí, pero todo se había vuelto tan rutinario, que comenzaba a aburrirse. Sólo a su jefe se le habría podido ocurrir colocar cámaras de seguridad en la biblioteca. Era una pequeña ciudad, ¿qué podría pasar que necesitara de vigilancia constante? Y, sobre todo, ¿por qué él debía pasarse las tardes enteras a ver lo que sucedía, cuando eso significaba no ver nada?
Aunque había una única cosa que interrumpía ese tedio, o mejor dicho, una única persona. Ella; Eleonora. Llegaba todos los días una hora después de que la biblioteca abría a la tarde, y permanecía hasta cinco minutos antes de que cerraran. Él no dejaba de observarla, desde que entraba e iba a la sección de historia, hasta cuando no se levantaba y, sonriendo, se marchaba. La veía acomodarse el cabello y la falda; controlar sus apuntes y los botones de su camisa. Por eso, no escapó a su mirada, cuando aquel día, Eleonora pareció encontrarse, por casualidad, con su profesor. Vió cómo ella observaba de reojo cada movimiento de él. Cómo la experimentada mano de él rozaba la espalda de ella cada vez que se acercaba a explicarle algo. Y fue así, observando cada uno de sus movimientos, que vió cuando muy disimuladamente, Eleonora se dirigió hacia la sección privada, y su profesor por detrás suyo a pocos pasos.
Nunca había nadie en esa parte de la biblioteca; pero él, con la cámara de seguridad, tenía una buena visión del entero sector. Por ello pudo ver perfectamente cuando el cuerpo de Eleonora quedó atrapado entre los libros y el peso de su profesor. Por unos segundos dudó en llamar a su jefe, pero sólo hasta que vió cómo ella respondía a esa presión. Eleonora levantó su falda y rodeó con sus piernas la cintura de él. Sus manos se sujetaban a los hombros de éste, arañando su espalda, mientras sus dedos se entrelazaban en sus cabellos. No pudo evitar excitarse ante el espectáculo que observaba como inadvertido espectador. Fue evidente el movimiento del profesor al bajar la cremallera de sus pantalones. Y, aún si eran sólo imágenes sin sonido alguno, por la expresión del rostro de Eleonora, podía sentir sus gemidos mientras él la penetraba. La embestía contra la pared de libros, una y otra vez, hasta vaciarse dentro ella.
No podía decir cuánto tiempo era que estaba observando todo esto. Se quedó casi aguantando la respiración, cuando el profesor se acomodó la ropa y se marchó como si nada hubiese ocurrido; sólo dándole un beso en la frente a ella. Y a la misma Eleonora, mientras bajaba su falda y, descaradamente, miraba hacia donde estaba la cámara y sonreía. Estaba confundido, no entendía ese gesto, seguramente se había confundido. Pensaba en ello cuando la voz de su jefe lo sorprendió por detrás.
Algún día, todo lo que abarcan ahora tus ojos, será mío... –pronunció éste, más como una sentencia que como un deseo.
Ahora se explicaba el porqué de todo eso. Sonrió pensando al dicho que 'el Diablo sabe más por viejo, que por diablo'. Y por ello, éste era su jefe.
©Alma Baires
Relato perteneciente a la propuesta "Tentación (es)"
No hay comentarios:
Publicar un comentario